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viernes, 15 de junio de 2012

Pueblo Ayoreo

Los Ayoreo son un pueblo de cazadores y recolectores. Habitaban hasta mediados del siglo XX un territorio enorme del Norte del Chaco, cuya extensión superaba los 30 millones de hectáreas. Ocupaban prácticamente todo el espacio al interior del Chaco Boreal y delimitado por los ríos Paraguay, Pilcomayo, Parapetí y Río Grande. No ocupaban sin embargo las zonas ribereñas mismas, dejándolas a otros pueblos indígenas.
La lengua de los Ayoreo pertenece a la familia lingüística Zamuco, al igual que el idioma de los Chamacoco.
Hasta el inicio de los contactos forzados por la sociedad envolvente, alrededor de 1945 en Bolivia y un poco antes de 1960 en Paraguay, tanto la extensión del territorio como el número de integrantes de la etnia – unas 5.000 personas – se mantuvieron invariables.
En el siglo XVIII, los Ayoreo tuvieron un contacto muy pasajero con las reducciones jesuíticas: un número aparentemente significativo de Ayoreo vivíeron por unos 20 años en una reducción llamada San Ignacio Zamuco. El contacto con los jesuitas no dejó ningún rastro visible, aparte de algunos mitos y palabras.
La economía ayoreo se basa en la caza de animales del monte chaqueño (chanchos del monte, armadillos, osos hormigueros, tortugas) y en la recolección (miel, frutas del monte, fibras vegetales y materias primas para la producción de objetos de uso). Estas actividades de sustento son complementadas por la pesca en los arroyos y las lagunas, y los cultivos en pequeños claros en el monte, ambos en las épocas de lluvia en verano.
En la vida tradicional, existían numerosos sistemas y mecanismos de distribución que aseguraban la redistribución, al interior del grupo familiar y local, de todo lo que uno podía haber cazado, recolectado o cosechado. De esta manera participaban y se beneficiaban también aquellos miembros del grupo que por diversos motivos no podían ejercer ellos mismos una actividad materialmente productiva.
Estos mecanismos de distribución se mantienen aún hoy vigentes en la vida no tradicional y sedentaria.
En el tiempo de la vida tradicional antes del contacto, los Ayoreo estaban políticamente organizados en más de cincuenta grupos locales que se dividían el territorio de la etnia y que recorrían espacios extensos y propios. Cada grupo local gozaba de un grado muy elevado de autonomía política y con un liderazgo independiente, autónomo con relación a los demás grupos. Las relaciones entre muchos de estos grupos locales, igual que las relaciones con los otros pueblos indígenas y no- indígenas eran de guerra. De acuerdo a las necesidades y las circunstancias de una vida nómada en constante movimiento, los grupos locales podían dividirse en subgrupos, separarse temporariamente, y volver a unirse más tarde. No existía una jerarquización del liderazgo ni un liderazgo centralizado para toda la etnia. Coincidentemente, ni los territorios de los grupos locales, ni el territorio de la etnia en su totalidad, tenían centros geográficos.
Ni los grupos locales, ni sus territorios deben considerarse como permanentes. La historia ayoreo conoce como algo normal las divisiones que conducen a la desaparición de grupos y a la constitución de otros, nuevos, las uniones entre grupos diferentes y los cambios de nombre, todo con los consiguientes cambios y redefiniciones del territorio grupal.
Esta organización política comunica la idea de dinamismo, de movilidad social permanente, de la ausencia de un principio ordenador jerárquico y de principios centralizadores, y de una capacidad elevadísima de adaptación a las circunstancias de la vida.
La unidad de organización social y económica más importante era el “jogasüi”, la familia extensa, que incluye además otras familias amigas.
Paralelamente a esta organización política descrita, la etnia estaba dividida en siete clanes. Los nombres del clan al que pertenece le dan hasta hoy el apellido a cada integrante de la etnia. Los miembros de cada uno de los siete clanes comparten un origen mitológico común y a una red de parentesco que incluye, para cada clan, una serie de animales, plantas, estados meteorológicos y fenómenos de la naturaleza en general, al igual que objetos de uso y artefactos humanos. El hecho de compartir la pertenencia clánica con todos los seres del mundo crea, para cada Ayoreo, una unión sentida de cercanía y solidaridad con los mismos. Todos los clanes en su conjunto incluyen así la totalidad de todo lo que existe, y todo lo que existe es a su vez pariente de los Ayoreo.
La estructura de relaciones clánicas coexiste y se superpone a la organización social de los grupos locales y se extiende como una red invisible a la etnia en su conjunto, preestableciendo relaciones de cercanía y apoyo mutuo incluso entre personas que nunca se encontraron físicamente pero que se reconocen como parientes (no sanguíneos) en el momento que se encuentren.
Como recolectores y cazadores, los Ayoreo no intentan dominar o transformar la naturaleza ni el mundo. Ellos dependen totalmente de lo que la naturaleza les ofrece.
En consecuencia, el Ayoreo no destruye ni cambia su medio ambiente, porque su sobrevivencia solo es posible si el estado de la naturaleza no es alterado: es en su estado natural que la naturaleza le ofrece todo lo que necesita.
La agricultura está vista más como un apoyo que el hombre da a la naturaleza, y no como un acto de transformación o dominio de la misma.
El Ayoreo va adonde la naturaleza le ofrece su sustento; de ahí su necesidad de llevar constantemente una vida nómada, desplazándose casi diariamente de un lugar a otro.
En la vida tradicional, el grupo local se quedaba por un tiempo en una zona para cazar y recolectar, hasta que los animales y frutos escaseaban; entonces se veía forzado a cambiar de zona para encontrar otra, con relativa abundancia gracias al tiempo de ausencia transcurrido que permitía la regeneración de los recursos. El territorio de un grupo local era tan grande que la zona explotada en animales y vegetación tenía suficiente tiempo para regenerarse hasta la próxima incursión del grupo.
La usurpación del amplio territorio histórico Ayoreo por parte de colonizadores no indígenas y de la sociedad envolvente ha traído grandes transformaciones y un claro deterioro de la calidad de vida ayoreo. Las prácticas ancestrales de convivencia equilibrada con el medio ambiente fueron abruptamente interrumpidas, cuando los grupos locales Ayoreo que habitaban, y a la vez daban vida, a una extensión inmensa del monte del Gran Chaco, fueron sacados de su hábitat, deportados a asentamientos misioneros y obligados a sedentarizarse.
Hoy, más y más partes del monte chaqueño sufren la paulatina alteración y destrucción de los ecosistemas y son transformadas en extensas pasturas para ganadería. Las operaciones comerciales y productivas de la sociedad envolvente que hoy marcan el presente y futuro de los territorios ancestrales ayoreo son de hecho incompatibles con la cultura Ayoreo. Son también incompatibles con la posibilidad de un futuro sustentable del Chaco para los demás pueblos y para la sociedad moderna.
En la actualidad, aparte de algunos grupos pequeños que siguen viviendo en el monte y sin contacto, la mayoría del pueblo Ayoreo vive ya fuera del monte y en asentamientos fijos, permanentes: unos 22 asentamientos en Bolivia, y actualmente (diciembre de 2005) 13 asentamientos en Paraguay. El número total de integrantes de la etnia se mantiene en alrededor de 4.000 personas, la mitad de las cuales viven en territorio paraguayo.
El replanteo necesario del proyecto colectivo de vida del Pueblo Ayoreo es impensable sin la recuperación si no es de la propiedad, por lo menos de la posesión, del acceso y del usufructo sobre sus territorios ancestrales. Esta recuperación exige la formulación de “planes de manejo territorial” novedosos que se apoyan en su saber ancestral, y que contemplen sus necesidades socioculturales y espirituales, pero también la situación cambiada de la etnia y de su entorno. Esto a su vez no es factible si la sociedad envolvente no se empeña a su vez en la defensa y la restauración de sus ecosistemas degradados.

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