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viernes, 15 de junio de 2012

Pueblo Awá

“Cuando mis hijos tienen hambre, tan solo tengo que internarme en la selva y les encuentro comida”, explica Pecarí Awá. Las mujeres animan a sus maridos a que regresen con abundante carne de caza, y los hombres les hacen caso. Aquellos awás que aún viven sin contacto en la selva cazan con arcos de dos metros de longitud.
Algunos awás sedentarizados han confiscado rifles a los furtivos y se han convertido en habilidosos tiradores. Pero todos los cazadores siguen contando con un arco cuidadosamente fabricado y un juego de flechas para cuando se acaba la munición.La selva les proporciona su botín, pero no se lo llevan todo. Algunos animales, como la capibara y el águila harpía, son tabú y ningún awá se los comería. Otros animales solo pueden ser cazados en determinados momentos del año. Así los awás garantizan la supervivencia de toda la selva, y la suya propia.
Los awás tienen un conocimiento muy profundo de la selva. Cada valle, arroyo y sendero está inscrito en su mapa mental. Saben dónde encontrar la mejor miel, cuáles de los grandes árboles de la selva darán frutos pronto y cuándo los animales están listos para la caza. Para ellos, la selva es la perfección: no pueden imaginar que se pueda desarrollar o mejorar más.
Como cazadores-recolectores nómadas, los awás están siempre en movimiento. Pero no vagan sin objeto, ya que es precisamente esta forma de vida la que alimenta ese vínculo fundamental con sus tierras. No pueden concebir el marcharse a otro lugar, el abandonar el hogar de sus antepasados.
El espectacular filón de recursos subterráneos de Brasil ha ayudado a impulsar su milagro económico. Tan solo bajo la mina de Carajás, 600 km al oeste del territorio awá, hay siete mil millones de toneladas de mineral de hierro. Es la mina de hierro más grande del planeta. Trenes de más de dos km de longitud, unos de los más largos del mundo, recorren día y noche el trayecto entre la mina y el océano Atlántico. A su paso circulan a tan solo algunos metros de distancia de la selva en la que aún viven los awás no contactados.
Cuando en los años 80 se construyeron los 900 km de esta vía ferroviaria, las autoridades decidieron contactar y sedentarizar a muchos awás a través de cuyas tierras pasaba el tren. Pronto tuvo lugar el desastre en forma de malaria y gripe: de las 91 personas que conformaban una comunidad, solo 25 seguían con vida cuatro años después.
En la actualidad el ferrocarril trae a foráneos hambrientos de tierra, de trabajo y de la accesible caza furtiva en el territorio de los indígenas.

Fuente:  http://www.survival.es/awa

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